China y sobrecapacidad de acero
El otro día leí una noticia sobre las dificultades que está teniendo China para cumplir con sus propios planes de ajuste de sobrecapacidad de acero. A pesar de ser declarada ilegal, una acería de horno de inducción reinició su actividad, desafiando así la suspensión del gobierno (Kallanish).
La noticia en sí misma no me sorprendió: no es la primera y evidencia, una vez más, las complicaciones que tiene el país para acometer el proceso de reestructuración industrial.
El problema actual de la sobrecapacidad de acero
Uno de los principales desafíos que afronta la industria siderúrgica es la distorsión que provoca en el comercio internacional la sobrecapacidad industrial en ciertas economías de no mercado, como es el caso de China.
No profundizaré en este tema, que ya hemos tratado en múltiples ocasiones (aquí, aquí, y aquí). Grosso modo, el desarrollo de su sector se materializó a base de “planes estratégicos”, lo que ha redundado en un exceso de sobrecapacidad.
Para hacernos una idea, en 2018 el PIB de China supuso el 19% del mundial, similar al de su población, mientras que el peso de su industria fue del 28%. Sin embargo, la cuota del país asiático en la producción mundial de acero superó el 51% en el mismo año. Claramente, el sector está sobredimensionado, después de haber registrado un crecimiento del 622% desde 2000 (11% crecimiento anual compuesto).
Los intentos de reestructuración de China
El problema de sobrecapacidad no es algo nuevo para las autoridades: llevan desde 2003 ejecutando distintos programas de ajuste, como el actual de 2016, en el que se enmarca la clausura de los hornos de inducción (ejecutada en 2017).
Desgraciadamente, el resultado no está siendo el esperado, como certifican las noticias, porque son medidas discrecionales que se olvidan de las fuerzas que operan en el mercado.
¿Alguna alternativa?
Como apuntan distintos estudios internacionales, las políticas más efectivas para resolver el problema de sobrecapacidad son aquellas basadas en el mercado ya que, precisamente, es uno de los mecanismos más poderosos para señalizar el comportamiento de los agentes económicos.
Por ofreceros un ejemplo, la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China publicó en 2016 una batería de recomendaciones con el objetivo de nivelar las reglas del juego, muchas de ellas basadas en el funcionamiento del mercado:
- Seguir aplicando reformas en el sistema fiscal y financiero, mejorando el sistema de asignación del ahorro y reduciendo el peso de las instituciones públicas para evitar los problemas de riesgo moral entre las empresas.
- Fortalecer el proceso de privatización, restando peso a las empresas públicas, fundamentalmente en los sectores que padecen de sobrecapacidad.
- Eliminar la fijación estatal de los precios de las materias primas, especialmente en la energía y electricidad.
- Incentivar la transparencia, el acceso y la calidad de la información mediante asociaciones empresariales independientes del gobierno, lo que mejoraría la toma de decisiones.
Entiendo que muchas de estas medidas son ambiciosas y complicadas de aplicar, especialmente si consideramos la contribución económica del sector siderúrgico a la sociedad y el impacto social subyacente. Para amortiguarlo, las autoridades podrían servirse de Fondos de Restructuración Sectorial (reorientando las capacidades de los profesionales) u otras formas de políticas activas de empleo.
La otra vía
China tiene experiencia en aplicar cambios copernicanos, como demuestra la senda marcada por las “Cuatro Modernizaciones”, políticas que le han permitido convertirse en la mayor economía del mundo. Solo necesita afrontar su problema de sobrecapacidad de acero de otra manera: “da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”.