La Comisión Europea ha insistido en la necesidad de lograr mayor fiabilidad y comparabilidad de los datos sobre gestión de residuos que proporcionan los Estados miembros. Para ello lanzó el año pasado una modificación de la Directiva Marco de Residuos que proponía una nueva metodología de contabilidad del reciclado más fiable y única para todos los países de la Unión.
Inicialmente parece sencillo saber cómo y cuándo se puede considerar que un residuo ha sido verdaderamente reciclado. A cualquier ciudadano le preguntas cuando consideraría que una lata de acero ha sido reciclada y lo más probable es que su contestación fuera: “cuando el acero de esa lata se ha fundido para transformarse en otra lata o en cualquier otra cosa”. ¿Parece lógico verdad? Pues para muchos Estados miembros y europarlamentarios, no lo es.
El intenso debate que se está produciendo en la Unión Europea sobre este tema no tiene precedente. Cada Estado miembro defiende una metodología distinta, en función de sus intereses y condiciones particulares. Algunos defienden que es imposible trazar la vida de un residuo, pongamos una lata de atún o un cartón de leche, hasta su completo reciclaje, hasta que se ha transformado en un nuevo producto. Por tanto proponen contabilizarlo como reciclado una vez se ha separado del resto de residuos, sin tener claro dónde irá después. Con esta metodología un cartón de leche que ha sido separado del resto de basura y comprimido por una máquina en una bala podría ser contabilizado ya como reciclado, indistintamente de si su destino es una planta de producción papel, un vertedero ilegal en Ucrania o una incineradora de residuos en Ghana. Sería contabilizado cómo reciclado, tanto si se ha aprovechado al 100% su material de origen y ha sido transformado en un nuevo producto de una manera controlada, minimizando el impacto ambiental del proceso, como si se ha incinerado en un país sin controles ambientales, emitiendo CO2 y compuestos contaminantes sin ningún control.
Desde nuestra industria hemos alzado la voz contra esta propuesta irracional que nos haría dar un paso atrás en el objetivo común de lograr una verdadera economía circular. Este nuevo método nos permitiría hacernos trampas en el solitario, podríamos elevar artificialmente las tasas de reciclaje, perdiendo la trazabilidad de los residuos y sin poder garantizar que han sido verdaderamente reciclados y transformados en un nuevo producto.
La cuestión está ahora en manos del denominado trílogo: Parlamento Europeo, Consejo (que son los Estados miembros) y la propia Comisión. Las discusiones serán duras; como siempre hay muchos intereses económicos en juego. No alcanzar las tasas de reciclaje impuestas por la Unión Europea puede acarrear sanciones, tener que modificar la gestión interna de los residuos en un país y desmontar sistemas de gestión no del todo fiables pero que enriquecen a unos pocos.
La realidad es que muchas veces el legislador adopta objetivos grandilocuentes y discursos verdes que aparentan ser muy ambiciosos, pero a la hora de la verdad, cuando debe enfrentarse a verdaderos cambios que supondrían un salto de gigante medioambiental, prefiere inclinarse por propuestas tibias y arriesgadamente flexibles que contenten a todos. Un residuo no debe considerarse como reciclado hasta que se ha transformado, mediante un auténtico proceso productivo, en un nuevo producto útil para la sociedad. De lo contrario estaremos engañándonos a nosotros mismos y al ciudadano con tasas de reciclaje en la Unión Europea que nada tienen que ver con la auténtica realidad.