Modificación Mercado de Derechos de CO2. Burro perfectamente esférico y sin rozamiento

burro

El 15 de julio se publicaba la propuesta de modificación del comercio de emisiones, presentada por la Comisión para tramitarse en los próximos meses, cuando se acercan ya las negociaciones para el próximo COP en París.

El cambio climático es uno de los mayores problemas globales a los que se enfrenta la humanidad. El bombardeo de mensajes que responsabilizan a empresas, grandes corporaciones, petroleras… que aluden a intereses ocultos y nefastos, no sirve para tranquilizar a los ciudadanos, porque todos, con nuestros comportamientos de consumo, somos quienes generamos el cambio climático.

En un mundo perfecto en el que los compradores eligieran los productos considerando en su justa medida el comportamiento ambiental y no solo el precio, las cosas serían mucho más fáciles. Este es el “buenismo” que ha imperado en Europa a la hora de desarrollar herramientas contra el cambio climático. Con un liderazgo mal entendido hemos pensado que los demás países nos emularían y adoptarían esas herramientas que políticos y tecnócratas europeos han pensado que serían la panacea.

Y en esto, la estrella es el Comercio de Emisiones, ETS, (de CO2 y otros gases de efecto invernadero): Las industrias deben pagar por el CO2 que emiten, suponiendo que podrán pasarlo al precio de sus productos (o internalizarlo). El comprador actuará en consecuencia.

Esto es como suponer un burro perfectamente esférico y sin razonamiento; una economía perfectamente esférica y sin rozamientos. Ningún mercado, producto o servicio funciona así.

Para aminorar ese impacto, los padres del burro, al reconocer las muchas limitaciones del mercado, consideraron que a las industrias sometidas a una gran presión del comercio internacional se les debe asignar gratuitamente una importante parte del CO2 de un modo inverso a la eficiencia. Los más eficientes no debían tener coste asociado al CO2 que mermara su competitividad y desindustrializara Europa, es decir más emisiones en otro sitio en un eufemismo traído desde la Comisión Europea: la fuga de carbono. Conceptualmente, un principio razonable.

Sin embargo la experiencia está demostrando, que el ETS responde fundamentalmente al nivel de actividad industrial, sin provocar mejoras tecnológicas reales sobre la eficiencia energética ni modificar nuestros hábitos de consumo.

Ningún político ni funcionario de la Comisión se atreve a reconocer que además el burro es cojo. Un sistema así debería partir de un pilar básico, disponer de un compromiso global de emisiones que evitara el dumping ambiental. Sin embargo las instituciones europeas están empeñadas en que vuelva a subir el precio del derecho de emisión. Parece que quieran ahuyentar la inversión y minar la competitividad, allanando el camino a la desindustrialización en lugar de impulsar ese deseado 20% de PIB procedente de la industria.

El comercio de emisiones, en un ámbito NO global, no funciona para la producción industrial, pero nadie parece aceptarlo y se plantea una modificación del esquema que reniega de los conceptos que debería fomentar: la promoción de las industrias más eficientes.

Conclusión

Si todo este ejercicio se basa en mantener un mercado artificial, más al estilo Frankenstein (por los cosidos y remiendos) y presentarlo como un éxito en el próximo COP de París de cara a una rendición unilateral de la postura Europea, estaremos perdiendo un tiempo precioso para diseñar herramientas que funcionen e incentivar reducciones reales de gases de efecto invernadero en la industria y en la sociedad en su conjunto. Todo pasará por la innovación a medio y largo plazo. Tanto consumir menos para hacer lo mismo o más (eficiencia de proceso), como de hacer lo mismo o más con menos (eficiencia de servicios).

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