El coste de la electricidad ha llegado a ser inasumible para los grandes consumidores electrointensivos y también para empresas de servicios, PYMES y familias. La invasión rusa de Ucrania lo ha disparado, llegando a un pico horario de 700 €/MWh en el mercado mayorista, pero no hay que olvidar que en diciembre ya se llegó a casi 400 y que el precio medio mensual está por encima de 190 €/MWh desde octubre. Son precios mucho mayores que los históricos: la media desde enero de 2010 es 46,5 €/MWh y hasta junio de 2021 el mes más caro había sido enero de 2017 con 71,5 €/MWh.
Muchos pensamos que en esta situación crítica se puede y debe reformar este mercado marginal, en el que todos los productores que venden en una hora determinada cobran el precio del que ha hecho la oferta más cara. Los partidarios de no hacer nada argumentan que no se debe intervenir el mercado. Literalmente dicen que “no podemos apoyar ninguna medida que represente una desviación de los principios competitivos de nuestro diseño de mercado eléctrico y de gas”. ¿Por qué creo que no tienen razón? Tal como lo expresan en la frase anterior, parece que lo que tenemos es la única manera de que haya una solución competitiva, pero el mercado actual no es libre sino definido por el regulador en el siglo pasado. Sus objetivos eran asegurar la inversión y el suministro, y también abrir la puerta al desarrollo de las energías renovables. Pero no está escrito en piedra que el mercado actual sea la única manera de conseguir estos objetivos. Además, el interés por invertir en generación renovable es muy alto. En la subasta de octubre de 2021 se adjudicaron 3,1 GW de potencia a precio medio de 30,59 €/MWh y máximo de 36,88 €/MWh.
¿Qué alternativa hay, respetando los objetivos del modelo anterior? Existen muchas pero una de ellas no supone un gran cambio en el funcionamiento práctico y mejora la filosofía del mercado marginal, que se caracteriza, entre otras características, por el comercio de bienes homogéneos. Cuando se diseñó el mercado eléctrico, podíamos pensar que un electrón producido en una central de gas y otro de una placa solar eran homogéneos, pero ahora sabemos que no lo son. Las compañías eléctricas hacen grandes esfuerzos de marketing para vender, preferentemente, energía verde. Ahora es un producto distinto. Y los consumidores, de todo tipo, también discriminan y prefieren los electrones verdes antes que los “sucios”. El producto se ha dividido en dos, pero la regulación del mercado eléctrico no. Y se ha quedado obsoleta.
Por tanto, ¿por qué no separarlos? Desacoplar el precio del gas es simplemente hacer dos subastas de acuerdo a su tecnología: una con la generación que no emite CO2 y otra con la que sí lo hace. La filosofía es la misma, no hay un cambio radical, pero si el gas y el CO2 disparan el precio de una de las subastas hasta 700 €/MWh evitamos pagar esa cantidad a todo el sistema. Y se evitan soluciones que pueden tener efectos secundarios imprevisibles, como intervenir el mercado de manera artificial o introducir impuestos extraordinarios a las empresas productoras.
Desgraciadamente, la oposición a esta medida todavía es fuerte, pero la situación es tan crítica que espero que acabe por imponerse. La alternativa, con los precios actuales, es volver a vivir un shock de oferta como el de la crisis del petróleo de 1973.
2 comentarios
Completamente de acuerdo
Siento haber acertado, el 8 de julio 1991 en la Universidad Menendez Pelayo, ya preveí lo que podría pasar ( leer pag 124 de mis Memorias) aunque naturalmente no, que Europa se iba a entregar tan irresponsablemente a Rusia y menos la guerra de Ukrania
Excelente, Alfonso. Aquí pones una opción sobre la mesa. El potencial exceso de demanda de electricidad renovable subirá su precio, la térmica tendrá que ser competitiva, y si no tiene mercado, cerrar. Salvo que la oferta del mercado renovable se sature, y ahí cumplirá su función marginal.